Venía de regreso de dar un paseo en bicicleta por un hermoso Santiago de cielos despejados y cordillera nevada, cuando me golpeó. Fue como la manzana que le cayó en la cabeza a Newton y lo inspiró para crear la Ley de Gravedad. Mi descubrimiento no fue tan trascendental para la raza humana, pero sí una gran revelación para superar de una buena vez mi depresión post-vikinga.
Sacando cuentas, me dí cuenta que he sufrido por ella más tiempo del que estuvimos juntos, y eso sin sumarle además el tiempo que sufrí mientras estuvo en Chile. Por lo mismo, considerando que no soy un puto masoquista, decidí hacer algo al respecto. Basta de lloriqueo y pena, el duelo se acabó. Dejé en ese preciso instante el luto y salí del cementerio del dolor.
Tímidamente volví al mercado, cubriendo mis heridas con un traje de latin lover. Llevo pocos días de esto como para tener algo interesante que contar aún, pero creo que las cosas se ven muy interesantes a futuro. Por fin el Invierno se acabó y el sol ilumina mi mundo y calienta mi corazón. La Primavera ha llegado a mi vida y puedo sentir el olor de las flores inundando el aire. No es necesario mentirles: estoy aterrado. Esta estación del año se presta para el amor, pero luego de mi última experiencia, este sentimiento me llena de miedo.
El amor es adictivo. Enamorarse es entrar en un estado de felicidad y alegría que ninguna droga te puede dar. Pero cuando todo se acaba, ¡mierda!, sólo el Apocalipsis se compara a tal desastre. Es por esta razón que mi regreso a las pistas será con mucha más cautela. De ninguna manera me cierro a la posibilidad de enamorarme, soy un hombre muy flexible en ese sentido. Ahora, quiero que esta vez el sentimiento se vaya construyendo más lentamente, con cuidado. Porque el amor no nace, se hace. Y créanme cuando les digo que yo soy muy, pero muy bueno para hacer el amor.
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