Fue una profecía auto cumplida. “Siempre tendremos Buenos Aires”, dije al final del capítulo anterior, y es precisamente lo que sucedió. Sólo bastó un mes para que el amor desapareciera, borrado por la distancia enorme que nos separaba y por la racionalidad que enterró los sentimientos bien profundo al fondo de nuestros corazones. Claro, para mí ha sido mucho más difícil. Más de un mes de sufrimiento, durmiendo en la misma cama y visitando los mismos lugares que compartimos juntos. “Todo me recuerda a ti” no es una frase inventada, se los digo por experiencia propia.
Me pegó bastante fuerte todo esto. Tras varios años en pareja, pensé que nunca me podría enamorar. Sí, a mi ex la amé, pero fue todo una “evolución lógica”, que se fue dando con el tiempo. Con la vikinga fue todo tan repentino y brutal como nuestro sexo. No hubo tiempo de pensar, tuvimos una conexión inmediata. La confianza, la pasión y la intimidad los tuvimos siempre. Pero, por supuesto, las diferencias culturales siempre ponían el freno. Ella, muy racional y con su vida planificada hasta el más mínimo detalle, y yo, el latin lover viviendo el día a día y sin tener idea de qué quería en esta vida. Lo que pasó después fue simple: ella mantuvo sus planes y siguió adelante, yo me quedé acá en Chile.
Por algunas semanas la ilusión se mantuvo, pero esto de tener una relación a distancia que a la vez no lo era, sólo terminó por enredar todo. Si a eso le sumamos que mientras ella tenía un viaje fenomenal, yo pasaba mis días llorando, extrañándola y quejándome por la falta de comunicación... no había nada qué hacer. Ella optó por lo más simple: mandarme a la mierda. Claro, con la delicadeza y protocolo al que tan bien acostumbrados están los escandinavos.
Olvidarla ha sido casi como una misión imposible. No mentía cuando le decía que era la mujer más hermosa que había conocido. Podíamos pasar largos minutos mirándonos a los ojos, sonriendo como idiotas. “The stare” (la mirada) le pusimos a esos momentos. No sé si ella me hallaba bonito también, pero seguro que gozaba de la conexión que teníamos. Es precisamente esa conexión la que me confunde. Bueno, a eso hay que sumarle que ella era muy confusa por naturaleza cuando se trataba del corazón.
La primera vez que estuvimos juntos en mi cama, su mirada era la misma que la del último día, pese a que antes de siquiera darnos el primer beso me dijo que no quería una relación. También fue enfática en que no quería acostarse por ahí con cualquiera, pero se acostó conmigo en la segunda cita, ya que pensaba que yo era muy especial... ¡¿Qué mierda quería entonces, por Dios?! En fin, tratar de descifrar eso no me ha traído ningún consuelo, sólo más preguntas que ya a estas alturas no tiene ningún sentido responder.
Si se puede sacar algo positivo de todo esto es que entiendo, en parte, lo que debe haber sentido mi ex cuando terminé con ella. Además, no menos valioso, es que ahora tienen sentido todas las canciones de amor que alguna vez escuché, y me es mucho más fácil comprender las que hablan del maldito corazón roto. Tanto así que el techno ya no me distrae del verdadero significado de la gran canción “What is love” de Haddaway, aquel hit noventero que me hace bailar y llorar al mismo tiempo.
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