sábado, 23 de marzo de 2013

Soltería 101 - Capítulo 4 – Mercado de Carne


Cuando hace ya seis meses terminé mi noviazgo, no lo hice por otra mujer ni por una necesidad imperiosa de volver a ser soltero y entregarme a los placeres de la noche sin cargo de conciencia. La verdad es que necesitaba encontrarme a mí mismo, fuera de la zona de confort en la que había vivido hasta ese entonces. Y, claro, el hecho de que la relación viniera mal hace un rato también sirvió de motivación.

“¿Y ahora, qué?” me pregunté al tiempo de vivir esta nueva realidad. Había salido de fiesta bastante, fortalecí la relación con mis amigos, e incluso hice un viaje a Buenos Aires por un par de semanas. Descontando mi inestable relación con el trabajo y el dinero, las cosas se habían dado bien. Salió a flote una faceta mía que no conocía y me gustaba lo que veía. Pero aún así, me molestaba esta interrogante. “¿Y ahora, qué?”.

Poco antes de emprender el viaje hacia Sao Paulo, Brasil, vino a Santiago una chica inglesa con la que compartí habitación en la hostal en la que me alojé en Argentina. Se hospedó en una hostal a una cuadra de mi departamento, y durante los días que estuvo aquí me convertí en su guía personal. Más allá de la insolación que me dio por pasear bajo el sol por varias horas, a 33 grados Celsius de calor, lo que me quedó marcado de su visita fue algo que me dijo en el momento y lugar precisos.

Estábamos en el Bar Constitución, la disco predilecta de cuanto gringo viene a esta ciudad, un Viernes por la noche. De pronto, me vi rodeado de gente sudorosa, fumando y bebiendo mientras trataban de bailar en un lugar más atestado que el Metro en hora punta, acompañado de mi amiga y dos gringas más. Creo que mi cara de mierda llamó la atención de la dama. Apuntando a la gente que nos rodeaba, me miró y me dijo algo como “you are gonna get lucky tonight” (vas a tener suerte esta noche). “¿Tú crees?” le pregunté. “Sure! This place is a meat market”, respondió. Nunca lo había visto de esa manera, pero tenía toda la razón. Efectivamente, el sitio era un mercado de carne.

Desde ese momento ya han pasado más de dos meses, y la pregunta ya no tiene que ver con qué viene ahora, si no más el cuándo debería hacerlo. Al terminar una relación, se dice que vuelves al “mercado”. Pero, ¿es tan así? ¿Se vuelve de inmediato o hay algún plazo que uno debería cumplir antes? Porque la verdad que el mundo allí afuera es un mercado de carne, y si te metes ahí te conviertes en un pedazo de carne más. El problema es que uno no sabe que corte es, y aunque seas un filete, siempre va a haber uno más jugoso y apetitoso a tu lado. Lo que me lleva a otra interrogante: si nadie me ha “comprado” en todo este tiempo, ¿ya estoy podrido? Todavía no lo averiguo, pero creo que el olor podría darme una pista. De todas maneras, prefiero pensar que soy un bistec congelado. En el fondo, no dista mucho de la realidad.

jueves, 7 de marzo de 2013

Soltería 101 - Capítulo 3 – Pega


No había escrito hace un rato, y es porque luego de la “lesión” de la que hablé anteriormente, mis finanzas tocaron fondo. Esto en sí no sería malo si no fuera porque hace casi 5 años vivo solo y debo solventar varios gastos relacionados con el placer de no tener que convivir con mis padres y hermanos, a quienes quiero con el alma, pero aprecio mucho más cuando los veo una vez a la semana.

Angustiado por la idea de tener que retornar al seno materno, durante todo Febrero busqué trabajo incesantemente. Luego de tres semanas, decenas de curriculums enviados y una reducción masiva de mis pretensiones de sueldo, encontré una pega. Tenía ilusiones con respecto a este trabajo. Es una agencia web, con gente joven y ambiente relajado. Ya había trabajado en una agencia antes, y mi experiencia fue increíble. Buenos amigos y mucha buena onda, tanto así que a veces me quedaba hasta tarde sólo por gusto. Pero este lugar terminó siendo terrible.

Empecé el Lunes 25 de Febrero, y quedé espantado. La buena onda que esperaba era inexistente y el contacto entre la gente de la empresa, nulo. Sólo pude relacionarme con mis compañeros de oficina, quienes parecen ser buenos tipos, pero con habilidades sociales que distan mucho de las personas con las que suelo relacionarme. Así que ahí quedé, atrapado, desde ese día. Todo por el vil dinero.

Acostumbrado a la comodidad de mi departamento y a la libertad que entregaba el ser independiente o freelance, podía disfrutar bastante de mi soltería. Si quería salir, salía. Si quería trasnochar, mierda, lo hacía sin importar el o los días de la semana. Pero estas dos semanas trabajando han coartado mis movimientos de una manera salvaje. En promedio, sólo tengo unas 3 o 4 horas, con suerte, de vida. El resto son 10 horas encerrado en una oficina y un par de horas más que desperdicio en movilizarme de mi casa al trabajo y viceversa. ¿Qué se puede hacer en ese tiempo? Osea, se puede hacer mucho más, pero no si no quieres parecer un zombie en el Metro al otro día.

En definitiva, el trabajo es incompatible con la vida. No quedan ganas de escribir, de cocinar (fideos 5 veces a la semana, ¡yummy!) y quizás ni siquiera de follar (como si tuviera alguien con quién hacerlo). ¿Cómo la gente puede vivir así?

Pero de todo esto he sacado una moraleja. Todos pagamos nuestros errores y yo ya estoy pagando el mío. Ahora, de a poco veo como la niebla del karma se desvanece y entre medio se cuela una luz de esperanza. Siempre existirá el Viernes. Se acabará la semana, abandonaré la oficina y me iré directo a emborracharme con algún amigo conocido o por conocer. Entraré en un estado de catarsis del que muy probablemente me arrepentiré el Domingo y odiaré el Lunes. ¿Lo bueno? Tendré plata para volver a hacerlo todas las semanas.