lunes, 9 de julio de 2007

ALTERNO. Capítulo 3: Polvo al polvo.

1992.

En la micro, camino a mi casa, digería el asado mientras miraba el paisaje cambiar cuadra por cuadra, de casas bonitas a casas mediocres, de gente linda a gente desechable. De pronto, un irritable pitido me sacó de mi trance. Observé con cautela a los demás pasajeros, alienado por las constantes advertencias del Inspector Vallejos, y saqué levemente mi celular. Vi que un nuevo mensaje se asomaba. Lo abrí con excitación, esperando ver el nombre de Sofía al final.

Aún no pierdo la fe. Llámame. Saludos, ...

“Julia”. Mi primera jefa. Mi primera amante.
Bueno, en rigor, no lo era. Varios años antes de que ella ejerciera de directora de arte de una revista de arquitectura y yo llegara como alumno en práctica de Diseño a su oficina; la vida me había dado una sinopsis de lo que era el sexo. 1 minuto de besos atolondrados y espolonazos sin dirección, chupones de teta y eyaculación precoz; todo bajo el telón del maizal de Don Pepe. Una experiencia que hubiera agradecido si mi co-protagonista, la maraca del pueblo, no se hubiera burlado de mi pene y mi desplante. Aunque ese es otro rollo.
Retomando el tema, y releyendo el mensaje acompañado de un vodka naranja; me debatí entre llamar y no llamar a quién, varios años atrás, ocupó un lugar privilegiado en mi vida y que, luego, desapareció de una forma, por decirlo suavemente, perra. Pasó un rato y me decidí. En realidad, hace rato ya tenía la decisión tomada.

-¿Así que aún no pierdes la fe?
-Llamaste.
-Sí. Estaba aburrido y...
-¿Aburrido? Creo que la palabra correcta es “soltero”.
-Parece que las noticias circulan rápido por Santiago.
-No tanto. Me enteré por una fuente bastante cercana. Incluso, directa. Sofía se tomó unas fotos para la revista esta semana. Simpática la lola, te diré.
-¿Cómo estaba? -pregunté, como tirado por un reflejo.
-Bastante bien -respondió Julia, con todo el sarcasmo del caso-. El amor le hace bien a cualquiera. Y más si es con alguien de la farándula.

“Maricona”, pensé. Pero seguí la conversación, acabé mi copete, fui a su casa y me acosté con ella. Estaba tan acumulado que incluso llegué a la segunda, lo que no dejaba de ser un récord personal (para ser Domingo, después de una parrillada).
Las semanas posteriores trajeron consigo varias vueltas más por la casa de la ex jefa; vueltas que, como dice el dicho, dejan. Dejan cansado, deshidratado, apagado y bastante relajado. De Sofía, ni hablar. Tanto polvo la dejó oculta bajo una capa de tierra que, ya a esas alturas, poco valía la pena sacudir. Mucho menos después de la portada de LUN, que un día cualquiera dejó en evidencia lo que todos me habían dicho, pero yo no había querido creer: la mina andaba con un futbolista. “Qué más se puede esperar de una modelo”, me dijo Julia, sofocándome con el cigarro post-coito. Yo sólo asentí. “De ti se puede esperar mucho menos”, pensé. 15 minutos después, me la culeé de nuevo.