Cortito. Hace algunas semanas vengo escuchando que por todos lados se habla del famoso “sueldo ético”, que las desigualdades sociales, que la injusticia, que la cacha de la espada. Y yo miro a Monseñor Alejandro Goic, el impulsor de toda esta discusión, y luego oigo a Fernando Montes, sacerdote Rector de la Universidad Alberto Hurtado, institución donde estudia mi polola, avivándole la cueca al otro cara de vampiro, y pienso… ¿qué rechucha se creen los conchas de sus madres? Mientras el primero se pasea de un lado a otro en Mercedes Benz con chofer, vive en una mansión de allá arriba del cerro, con mayordomo, chef internacional personal y todas las otras comodidades que el 1% del sueldo de cada gil que le cree a la Iglesia puede comprar; y el otro hijo de puta, que sube el arancel de las carreras 300 lucas todos los años, no le da beca a nadie y aumenta los cupos de las carreras hasta hacer que en las salas no quepan ni los profesores… Osea, discúlpenme, pero quienes menos pueden hablar de huevadas éticas, son ellos. Y para que llenarme la boca con todas las demás chanchadas que han hecho a costa de Dios y el miedo y la culpa que provoca, a lo largo de dos mil años a la fecha. Putos pedófilos, maricones, caras de raja y vagos. Burgueses infames ocultos tras una fachada de castidad y votos de pobreza. A mí me gustaría ser pobre como ellos. No trabajaría más.
El Mercurio miente, y, adivina: la Iglesia también.
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