Casi siempre las historias de comedias románticas
o dramones sentimentales comienzan con alguien que es abandonado por
su pareja. Es fácil identificarse con el sufrido protagonista en sus
peripecias por recuperar este amor perdido o encontrar uno nuevo, ya
que no cuesta mucho entender su dolor. Todos en algún momento de
nuestras vidas hemos sufrido, al igual que este personaje, y hemos
debido recorrer el largo camino de la pena.
Pero, ¿y qué pasa con los otros? ¿Quién
retrata la historia de nosotros “los malos”? Porque así me he
sentido desde que terminé mi relación: como el malo de la película.
Soy Arnold Schwarzenegger
vestido con chaqueta de cuero y lentes oscuros, con una escopeta
recortada en la mano. “He venido del futuro a cagarte la vida”
digo, y empiezo a disparar a diestra y siniestra. Un total hijo de
puta.
Un poco más en
serio, terminar con mi ex ha sido la experiencia más traumática de
mi vida. Ver sufrir a alguien que quieres es malo, pero si a eso le
sumas el saber que eres tú quien lo hace sufrir, es horripilante.
Aún recordar ese momento me pega fuerte, y las imágenes siguen
vívidas en mi cabeza aunque ya ha pasado un buen tiempo desde que
esto ocurrió.
¿Y después?
Bueno, la vida continúa. Comienzas a deambular por el mundo con la
conciencia en llamas, un Infierno en tu cabeza. Esa, mis amigos, es
la culpa. Es el mismo sentimiento con el que la Iglesia ha movido
masas y que hace que millones de dólares vayan a las arcas de un
sinnúmero de ONGs. Es la emoción que domina nuestros días y alarga
nuestras noches.
Pero hay que
tomarse las cosas con tranquilidad, no todo está perdido. La culpa
es una sensación terrible, que mezclada con las demás cosas que nos
pasan por la cabeza y lastiman nuestro corazón crea un cóctel
devastador. Sin embargo, he logrado contrarestarla. No digo que sea
“la” forma correcta de hacerlo, sólo es un camino de tantos que
se pueden tomar. Mi receta ha sido salir al mundo, siempre. Claro,
tuve un par de semanas de mierda de llorar y pasar varias horas extra
al día tirado en la cama. Pero luego, salía. Y hasta el día de
hoy, sigo haciéndolo.
Estamos jodidos,
no hay forma de huir de nosotros mismos. Entonces, ¿para qué salir,
se preguntará Usted, lector inquisitivo? Porque afuera está el
mundo, y en el mundo hay gente. Mucha gente. Esa es la gran ventaja
de no quedarse encerrado física y mentalmente. Conocer e interactuar
con personas nuevas es una excelente terapia. A la larga, oyendo sus
historias te vas dando cuenta de que hay cosas mucho peores y lo que
te ha ocurrido a ti te comienza a molestarte menos. Además, en
ciertas ocasiones puedes llegar a cruzarte con personajes que hasta
refuerzan la idea de que tomaste la decisión correcta. Ver a estos
seres atrapados en relaciones patéticas sólo por miedo a estar
solos o por una dependencia enfermiza a otra persona te ayudará más
que cualquier antidepresivo.
Terminar una
relación es difícil, y ser el Terminator es un martirio. Pero si te
encuentras en esta situación, desde mi propia experiencia te puedo
decir que siempre es mejor sufrir un gran dolor de una vez que crear
un dolor permanente para ti y tu pareja en el futuro.
“Hasta la
vista, baby.”
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