lunes, 28 de octubre de 2013
Buenos Aires
Ayer se cumplió un año desde mi primer viaje a Buenos Aires. Hacía un mes y medio que había terminado con mi ex y deseaba tener sexo. Así de simple. Mi mejor amigo había viajado allá y por sus historias, quedarse en una hostal era garantía de mucho sexo y, mejor aún, internacional. ¿Qué tenía que perder? Nada, excepto por mi segunda virginidad, adquirida tras mi separación.
Terminar provocó un gran cambio en mi vida, comencé a tomar mis propias decisiones y el control de mi existencia luego de esta dolorosa primera elección. Pero este viaje, que en un comienzo parecía una muy buena idea, me aterrorizaba. ¡Iba a viajar completamente solo a un lugar desconocido! No sabía qué situaciones iba a enfrentar ni qué peligros me aguardaban, ni mucho menos si tenía lo que necesitaba para superarlos. Sí, estaba cagado de miedo.
El primer día en la hostal fue una mierda. Llegué al Milhouse Hipo para quedarme sólo un par de días. Una hostal de fiesta no parecía algo que yo quisiera hacer por mucho más tiempo que eso, y las primeras horas en la capital argentina me estaban dando la razón. Estaba y me sentía completamente solo y fuera de lugar. En una ciudad extraña, rodeado de extranjeros y en una habitación con otros 7 extraños. No dormí nada y la pasé pésimo la primera noche.
El segundo día comenzaba a verse horrible de nuevo, hasta que comencé a hablar con uno de mis compañeros de cuarto, un brasileño buena onda. Salimos a pasear por la ciudad, nos tomamos una cerveza en la 9 de Julio y vimos el Clásico River vs Boca. En la noche compartimos más cervezas con otros brasileros y terminamos con ellos, a las 4 o 5 de la madrugada, en un bar de mala muerte, en medio de una de las peores tormentas del año. De vuelta en la hostal, completamente mojado y un poco ebrio, estaba feliz. Ese sentimiento me acompañó los otros 10 días que estuve ahí.
Nunca más me moví del Milhouse. Casi no conocí la ciudad, caminé un poco por ahí y por allá, visité algunos sitios cercanos a la hostal, pero la mayor parte del tiempo estaba bebiendo y compartiendo con extranjeros. A los pocos días casi todos me conocían. “¡Eh, Chile!” me saludaban. Me sentía genial, popular. Un sueño hecho realidad.
No conseguí sexo durante mi viaje. Conocí a una brasilera de la hostal en una disco, nos dimos unos besos y al otro día salimos a pasear por la ciudad con su amiga. De repente me sentí como en una especie de relación y tuve pánico. No es lo que estaba buscando, para nada. No voy a negar que fue una buena experiencia. A casi dos meses de haber terminado ni siquiera le había dado un beso a otra chica. La brasilera fue mi primera, al menos en eso.
Como no obtuve lo que estaba buscando con esta chica (sexo, básicamente), esperé a que se fuera y volví a intentar con otras. No pasó nada de nada, pero tampoco lo pasé mal. Conocí más gente aún y celebré como si el mundo se fuera a acabar. No había tiempo para descansar ni un minuto que perder.
Llegué a Chile con 5 kilos menos en el cuerpo y varios amigos nuevos en Facebook, con los cuales compartí de nuevo cuando vinieron a Santiago. Pero, más allá de la gente, lo más valioso que obtuve de este viaje fue el cambio que generó en mí. Hasta antes del viaje, me mantuve en lo que llamé “el clóset de la soltería.” ¡En Buenos Aires salí del clóset! Saben a lo que me refiero.
El tiempo vuela, los cambios quedan. Mi primer viaje a Buenos Aires cambió mi vida y, mágicamente, cada decisión que tomé desde ese momento me hizo volver ahí algunos meses después, persiguiendo el amor, para luego regresar a Santiago a tratar de sobrevivir a éste. Si eso, entre muchas otras cosas, pasó en un año, siento curiosidad sobre qué es lo que podré reflexionar de todo esto en el siguiente aniversario. Va a ser mucho mejor, eso es seguro.
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