Cuando hace ya seis meses terminé mi noviazgo, no
lo hice por otra mujer ni por una necesidad imperiosa de volver a ser
soltero y entregarme a los placeres de la noche sin cargo de
conciencia. La verdad es que necesitaba encontrarme a mí mismo,
fuera de la zona de confort en la que había vivido hasta ese
entonces. Y, claro, el hecho de que la relación viniera mal hace un
rato también sirvió de motivación.
“¿Y ahora, qué?” me pregunté al tiempo de
vivir esta nueva realidad. Había salido de fiesta bastante,
fortalecí la relación con mis amigos, e incluso hice un viaje a
Buenos Aires por un par de semanas. Descontando mi inestable relación
con el trabajo y el dinero, las cosas se habían dado bien. Salió a
flote una faceta mía que no conocía y me gustaba lo que veía.
Pero aún así, me molestaba esta interrogante. “¿Y ahora, qué?”.
Poco antes de emprender el viaje hacia Sao Paulo,
Brasil, vino a Santiago una chica inglesa con la que compartí
habitación en la hostal en la que me alojé en Argentina. Se hospedó
en una hostal a una cuadra de mi departamento, y durante los días
que estuvo aquí me convertí en su guía personal. Más allá de la
insolación que me dio por pasear bajo el sol por varias horas, a 33
grados Celsius de calor, lo que me quedó marcado de su visita fue
algo que me dijo en el momento y lugar precisos.
Estábamos en el Bar Constitución, la disco
predilecta de cuanto gringo viene a esta ciudad, un Viernes por la
noche. De pronto, me vi rodeado de gente sudorosa, fumando y bebiendo
mientras trataban de bailar en un lugar más atestado que el Metro en
hora punta, acompañado de mi amiga y dos gringas más. Creo que mi
cara de mierda llamó la atención de la dama. Apuntando a la gente
que nos rodeaba, me miró y me dijo algo como “you are gonna get
lucky tonight” (vas a tener suerte esta noche). “¿Tú crees?”
le pregunté. “Sure! This place is a meat market”, respondió.
Nunca lo había visto de esa manera, pero tenía toda la razón.
Efectivamente, el sitio era un mercado de carne.
Desde ese momento ya han pasado más de dos meses,
y la pregunta ya no tiene que ver con qué viene ahora, si no más el
cuándo debería hacerlo. Al terminar una relación, se dice que
vuelves al “mercado”. Pero, ¿es tan así? ¿Se vuelve de
inmediato o hay algún plazo que uno debería cumplir antes? Porque
la verdad que el mundo allí afuera es un mercado de carne, y si te
metes ahí te conviertes en un pedazo de carne más. El problema es
que uno no sabe que corte es, y aunque seas un filete, siempre va a
haber uno más jugoso y apetitoso a tu lado. Lo que me lleva a otra
interrogante: si nadie me ha “comprado” en todo este tiempo, ¿ya
estoy podrido? Todavía no lo averiguo, pero creo que el olor podría
darme una pista. De todas maneras, prefiero pensar que soy un bistec
congelado. En el fondo, no dista mucho de la realidad.